El armario de Prevost

Bienvenidos a mi armario. Como sabéis, salí de él y dije que soy de Derechas (www.prevostmazp.blogspot.com ) Así que este blog, lo utilizaré como despensa para almacenar documentos, fotos o lo que se me ocurra. Vamos, el blog lacayo del principal.

jueves, septiembre 14, 2006

La lanza templaria (Enrique de Diego) fragmentos..MR ediciones

NOTA INTRODUCTORIA. Este blog está abandonado, sólo lo utilizo de vez en cuando para no sobrecargar el principal, Cómo ser de derechas y no morir en el intento, con fragmentos muy extensos o artículos de opinión pegados de forma íntegra aquí.

LA MISIÓN

Gómez Ramírez llenó dos jarras con vino espeso de Cariñena, lo aguó, y acercó una de ellas a Álvar Mozo.

- Siento lo que has tenido que pasar hasta llegar hasta aquí.

No estaba dispuesto ni a disculpas ni a misericordias. En su penitencia, había encontrado un nuevo orgullo.

Gómez Ramírez quiso romper el hielo.

- ¿No querías ser cruzado? Alégrate, lo vas a ser. Los caminos del Señor son misteriosos.

El senescal se aproximó al vano. Quedó en silencio. Se divisaba la fortaleza de Chalamera, desde allí la de La Zaida, más allá –jalones fortificados- estaban Castellote, Villarluengo, Alfambra, Cantarvieja, Villel y Libros, el último bastión cristiano.

- Los templarios no somos gentes de letras. No es esa nuestra misión en la Iglesia. Lo nuestro es el campo de batalla, no el scriptorium.

Hablaba como si meditara en alto. Luego se volvió hacia Álvar.

- Desde la fundación de la Orden, no ha habido encargo más importante que la que vas a acometer.

No sabía a dónde quería llegar, así que recordó:

- Una vez me dijiste que tenía una misión.

- Has sido preparado para ella. Es Dios quien te ha elegido. He visto como tu espíritu se fortalecía en el oprobio.

- ¿De qué se trata?

- Irás a la Cruzada. No como templario, desde luego. Has sido despojado del hábito. A nadie le extrañará que intentes redimirte participando en la lucha. Y el Temple no se verá obligado a responder por tus actos.

- Explícate.

- El Papa Inocencio III no está dispuesto a ser un pelele en manos de las familias romanas, ni a ser vilipendiado por los emperadores del Sacro Imperio Germánico. Muchos doctos varones han estado predicando la supremacía no sólo espiritual, también temporal, de la Sede de Pedro. Cuando tomó posesión proclamó que era menos que Dios pero más que cualquier hombre. Esto no ha gustado a los reyes. Dicen que hubo monarcas antes que papas. Y decir que su poder viene de Dios y del Papa es contradictorio. Yo mismo he escuchado al rey Pedro II de Aragón mofarse de las pretensiones de Inocencio.

- El rey es vasallo suyo –apuntó Álvar.

- Corrió a rendirle pleitesía, mas ahora rechaza participar en la Cruzada. Ningún rey ha hecho voto de cruzado. Ninguna testa coronada ha vaciado su tesoro. Ricardo Corazón de León, el guerrero más bravo de la Cristiandad, ha muerto por la herida gangrenada de una flecha, cuando sitiaba un castillo del Lemosín, que le había arrebatado Felipe de Francia, al final de la anterior Cruzada. Y éste anda en disputas con Roma por su terca negativa a yacer con su esposa legítima Ingeburga de Dinamarca. La muerte de su amante, no ha devuelto al rey al tálamo conyugal, sino que se consuela con vulgares rameras.

Gómez Ramírez dio un largo trago de la jarra. Se limpió los labios con la bocamanga. El paño blanco quedó impregnado de gotas moradas del fruto de la vid.

- Cuando Urbano II y el bendito San Bernardo –el senescal tomó la punta del cíngulo con que sujetaba su camisa y lo besó, pues lo llevaban en memoria del benefactor de la Orden- llamaron a la Cruzada, todo era claro como la luz del día: se trataba de tomar Jesusalén y salvar el Santo Sepulcro. Hermosa alborada. Desde entonces el mal no ha hecho otra cosa que crecer. Ahora ya no es negro como la noche, sino claroscuro de atardecida. En el mismo corazón de la Cristiandad crece la herejía. Se blasfema contra la Iglesia en nombre de Cristo, como hacen los cátaros más allá de estas montañas. Y en vez de cruzados, se va reuniendo una caterva de aventureros a la búsqueda de botín. Y de todo ello espera salir Venecia fortalecida como dueña de los mares.

- Hablamos una vez de esto, aunque no con tanta claridad.

- No, no con tanta claridad –Gómez Ramírez esbozó una sonrisa triste. Un mundo confuso y difícil para un templario, Álvar. El Consejo de los Trece ha dudado mucho, mas la decisión es firme. Si la Cruzada llega hasta Tierra Santa, las puertas de Acre se abrirán y nuestros hermanos marcharán hacia Jerusalén, mas si Constatinopla -como cada vez suena más claro- se convierte en el objetivo final, el Temple esperará tiempos mejores, un mañana más claro.

- Pues no iré a la Cruzada. Cumpliré mi penitencia.

Gómez Ramírez pareció no escucharle.

- Constantinopla está llena de tesoros. Guarda las mejores reliquias de la Cristiandad. Sobre todas ellas, la Santa Lanza, la lanza del centurión Longinos.

Se hizo en la estancia un silencio religioso.

- La que abrió el costado divino haciendo manar sangre y agua.

La lanza romana de ancha hoja, testimonio de la muerte del Redentor, había seguido su vida normal en la armería del pretorio de Jerusalén, haciendo guardias, pasando de unas manos a otras, siempre seguida por ojos fieles y venerada por corazones devotos.

- Su hoja, por el contacto con la sangre de Cristo, está revestida del poder de Dios. Carlomagno poseyó la lanza de San Mauricio. Siempre entraba con ella en batalla, contra los infieles. Nunca fue derrotado. De él pasó a los reyes alemanes. Federico I Barbarroja la utilizó contra otros reyes cristianos y contra el mismo Papa. ¿Si la santidad da esa fuerza, qué no dará la divinidad?

- Se demostró en Antioquía.

Rememoraron el milagroso episodio, en la primera Cruzada, que había dado -a punto de perecer asediados- la victoria a las huestes de Godofredo de Bouillon. A punto de sucumbir la hueste de Cristo, un clérigo dijo haber visto en sueños a San Andrés que le señalaba el lugar donde estaba enterrada la Santa Lanza. El hallazgo devolvió la moral al debilitado ejército, cuya salida fue arrolladora y su victoria completa. No hubo ya obstáculo invencible hasta Jerusalén.

- ¿No fue vendida la hoja de la lanza por el rey Balduino II al rey de Francia?

- Cierto, mas la lanza de Antioquía no era la verdadera. Eso es seguro. Quizás fuera una de las que se usaron para quebrar las piernas a Jesús. La que -generación tras generación- velaron soldados de las Legiones, cristianos bautizados en secreto, fue llevada a Constantinopla y allí permanece. Quien posea la Santa Lanza dominará al mundo. Bizancio pudo hacerlo, mas se alejó de la verdadera fe. Aún así ha conseguido sobrevivir. En estos tiempos depravados, no sería utilizada contra los infieles. El rey Otón no está dispuesto a doblar su cerviz ante el Papa. Aspira a deponerlo. Atacaría Roma. Con la lanza de Longinos en sus manos todos le acatarían. Es un sueño que también acaricia el dux de Venecia. Ya no habría más cruzadas, sino cruentas guerras entre cristianos. La Santa Lanza es la llave para alcanzar el poder total.

- Entiendo: mi misión es hacerme con la Santa Lanza y entregarla a la Orden. ¿Entonces sería el Temple el que dominaría?

- No somos príncipes de este mundo. Con Ella, venceríamos al Islam y los Santos Lugares serían libres por siempre. Ya ves la importancia de tu misión.

- ¿Para eso he sido despojado de mi hábito? ¿No hubiera podido hacerse de otra forma?

- Todo ha sido providencial. Siempre fuiste el hombre idóneo. Mas, querido Álvar, eres muy conocido. Todo lo sucedido en tu vida te ha dado extraordinaria relevancia. Hay cantares sobre tus hazañas, romanzas sobre tus desgracias y oraciones de acciones de gracias por tu ingreso en el Temple. ¡Y has sido tan fiel a la Regla! No podías salir de la disciplina de la Casa sin levantar un sinfín de comentarios y un cúmulo de sospechas si te incorporabas a la Cruzada. Había desistido de contar contigo, hasta que....

- Hasta que se hizo público que era padre de un hijo y fui acusado con injusticia de haber faltado a mis votos.

- ¡Una ocasión magnífica!

- Y ¿frey Blas de Peñas?

- Un instrumento de Dios. Su envidia hacia tí le hizo esmerarse en la acusación.

- Y tú, complacido, dejaste hacer.

- Un caso sin precedentes. Amplio margen para maniobrar. Espero que lo entiendas...

- He estado a punto de morir. Se hubiera ido tu plan al traste.

- Te seguí a prudencial distancia. Ese caid no cejará hasta matarte o morir. Ha estado cerca. Es extraño: levantas odios terribles y afectos intensos.

- Te olvidas de que tengo un hijo. Puedo sentir la tentación de volver grupas para buscarlo, ¿has pensado en ello?

- Sí, querido Álvar. Tu carta al rey ha sido una imprudencia. El linaje del marqués de Pedraza rechaza cualquier reclamación sobre el señorío de Sotosalbos. No has hecho otra cosa que poner en peligro su vida.

Álvar se quedó pensativo.

- He tomado medidas. Beatriz, tu antiguo escudero y tu hijo han sido acogidos en un casal dependiente de la encomienda de Ponferrada. Deferencia reservada por la Orden a gentes muy nobles. El niño, al fin y al cabo, es el futuro señor de Sotosalbos. Cuenta con la protección del Temple.

El conde respiró hondo.

- ¿Sabes? Tenemos aquí un caso similar. Pedro II mantiene su contumaz ojeriza hacia su esposa, María de Montpellier. Por lo que sé, fuiste testigo de la noche de la concepción del príncipe.

- ¡El rey maldecía como un sarraceno! –Álvar sonrió con el recuerdo, para distender su ánimo ante la grave responsabilidad que se abría en el horizonte.

- Hubo notarios, para no dejar margen a la duda, y testigos durante los meses siguientes de que la reina no yacía con hombre. La paternidad regia está fuera de toda duda. El rey quiere tener ahora a su hijo cerca, mas la madre no se fía. Está avanzado el concierto para que el infante Jaime sea educado al amparo del Temple. Un rey cristiano con nuestro espíritu podrá dar mucha gloria a Dios.

- ¿No pensarás que con mis solas fuerzas voy a ser capaz de entrar en Constantinopla, hacerme con la Santa Lanza y volver sano y salvo, entre los bizantinos, los buscadores de reliquias y los agentes de Otón?

Gómez Ramírez le dio unas palmetadas de confianza en el hombro.

- En el combate te creces, querido Álvar. Eres un Sansón, sólo vencido por Dalila.

El rostro de Álvar se entristeció por el comentario.

- Tendrás a tu mando a un grupo escogido de las mazmorras del Temple. La hez más indisciplinada de la Orden. Marchan a la Cruzada a cambio de dejarles libres de los grilletes. Tendrás que valorar en quiénes puedes confiar.

- Dicho así, hace más difícil aún la tarea.

- Son buenos guerreros. En su corazón han de quedar rescoldos templarios. Y no estarás completamente solo para llevar la carga.

El senescal abrió la puerta. Entraron dos freires.

- Creo que ya conoces a nuestro anfitrión: Guillermo de Montrodón, maestre de Aragón y Provenza. Al otro, no necesito presentártelo. Te acompañará.

Álvar se abrazó a Guy de Chateauvert. Luego le agarró por los hombros.

- Tú caballo no se desbocó por la liebre...

El provenzal sonrió.

- ¡Un caballo tan cuidadoso de la Regla! Tuve que hincarle fuerte las espuelas.

- ¿Y los demás? –inquirió Álvar con ansiedad.

- ¡No tengas tanta prisa en conocerlos! ¡O desistirás! –respondió Guy.

LA COMPAÑÍA TEMPLARIA

¿Quería la Orden recuperar, y proteger de los poderes de este mundo, la Santa Lanza del centurión Longinos o limpiar de inmundicias las mazmorras de las encomiendas? A tenor del aspecto patibulario del extraño grupo más bien parecía lo segundo. No había en rostros y ropajes el aliño templario, sino desidia, porte y tufo mercenarios.

- He aquí tu mesnada.

Álvar se sintió, primero, decepcionado. Luego les miró con la fortaleza de un hermano mayor.

- No somos mejores que ellos, querido Guy. Quizás esa es la lección que nos ha dado el senescal. Dios elige lo más vil del mundo para manifestar su majestad.

- La gracia obra milagros –remachó el provenzal.

- Han sido elegidos por Dios. Con ellos es con quienes desea que realicemos su obra. Son, al fin y al cabo, templarios. Traeré la Santa Lanza o moriré en el empeño. Vamos, deseo conocerles cuanto antes.

Las órdenes de Guy para que formaran fueron seguidas de mala gana. Unos cuantos se mantuvieron ostensiblemente sentados o apoyados en la paredes del muro. Álvar se plantó en medio del patio de Monzón. Cruzó los brazos sobre su pecho, dando a entender que estaba dispuesto a aguantar allí el tiempo que fuera necesario. Poco a poco, se formó la irregular fila. Guy de Chateauvert los fue presentando.

- Frey Pedro de Rovira.

- Un apellido muy templario –señaló Álvar, recordando las vocaciones de primera hora.

- Demasiado –rezongó el interpelado. Mi padre ingresó en el Temple. Falleció luchando en Tierra Santa. Mi madre es monja. Mi padre tuvo la ocurrencia de donar todos nuestros bienes. Eso me ayudó mucho a ingresar en la Orden.

Una sonora carcajada general rubricó la ocurrencia.

- Frey Berenguer de Oms.

Corpulento, de elevada estatura.

- Frey Arnalt de Stopagnan.

Destacaba por su pulcritud. Miró con fijeza a los ojos de Álvar. Luego esbozó una sonrisa de complicidad:

- Estoy aquí por ser demasiado devoto con las mujeres, como vos.

De nuevo, todos se rieron.

- Frey Bernardo de Tremelay, borgoñón.

- Golpee con el estandarte a un moro. Tenía la cabeza demasiado dura y se rompió. El maestre se lo tomó a mal. ¡Ese sarraceno quería matarme!

- Éste es frey Gerardo de Rocafort.

- ¿Sois bueno en el combate? –preguntó Álvar.

- ¡El mejor! Lo que no soporto es la vida en el convento.

- Atacó a un compañero –señaló Guy.

- No hacía otra cosa que buscarme las cosquillas.

Gerardo de Rocafort se volvió desafiante al resto:

- No soporto las bromas, ¿entendido? Quien me busca, me encuentra.

- He aquí a frey Gualterio de Mesnil.

- Soy inocente. Fui acusado injustamente.

Todos se echaron a reir.

- Frey Wilbrando de Poitiers.

- Yo no debería estar con esta chusma.

- ¡Oh! frey Wilbrando iba para maestre, pero se quedó en el camino –ironizó frey Gualterio.

- Fue el cabecilla de los sublevados en La Rochelle –informó Guy.

- ¿Sublevados? Fui desposeído de mis cargos y cargado de cadenas por los usurpadores.

- Frey Ramón Sa Guardia.

- Tiene las manos demasiado largas. Las monedas se le enredan en sus manos.

Frey Ramón esbozó una sonrisa idiota y se encogió de hombros, como si fuera incapaz de sustraerse a la codicia, dominado por vicio superior a sus fuerzas.

- Frey Arnaldo de Torroja.

El interpelado tenía la mirada perdida, como si estuviera ausente de la escena.

- ¿Por qué estáis aquí frey Arnaldo?

- ¡Es un cobarde! –exclamó Bernardo de Tremelay.

Frey Arnaldo no se indignó, como era obligado. Álvar no pudo reprimir un gesto de desprecio.

- ¡Tiembla en el combate como una gallina! ¡Cua, cua, cua!

- ¡Basta, frey Bernardo! –ordenó Álvar. ¿No respondéis a esa terrible acusación, frey Arnaldo?

El de Torroja se miró las puntas de sus calzas y de su boca salió un tímido hilillo de voz:

- No soporto dar muerte a un semejante.

- ¡Un cátaro! ¡Uno de esos herejes que besa al demonio en el culo en forma de gato!

- ¡Os he dicho que os calléis! –restalló furibunda la voz de Álvar.

- Pedí ser cartujo –explicó frey Arnaldo con su voz apagada.

- No se os concedió a lo que veo –dijo el conde, mientras se pasaba la mano por la frente. ¿Qué hacer con un hombre así?

La pose del último de los elegidos era desafiante. Se mantenía con los brazos puestos en jarras. En su boca se dibujaba una media sonrisa.

- No soy templario –espetó, como si escupiera las palabras. No respeto la jerarquía de esta Orden.

Álvar miró por la rabadilla a Guy de Chateauvert pidiendo una urgente explicación del extraño comportamiento.

- Frey Guillermo de Villalba se tiene por milites de la Orden de Santa María de Montegaudio de Jerusalén. Hubo que desencastillarlo de Libros.

- Los miembros de la vieja Orden de Alfambra son hoy templarios, como sus casales, fortalezas y la antigua casa central del hospital del Santo Redentor en Teruel –señaló Álvar, con el timbre sereno de reflejar lo obvio.

- No respeto ese acuerdo. Esa vil traición de nuestro Comendador.

- Tengo entendido que vuestro fundador murió como un héroe en la defensa de Jerusalén. Loco empecinamiento parece vuestra postura.

- Nuestros hermanos de Castilla no admiten tampoco la fusión.

Era tan minoritaria la Orden que su enconado pleito no había levantado excesiva polvareda. Fundada por don Rodrigo -primero santiaguista- había tenido evolución curiosa. En muchos aspectos, se asemejaba más a la Orden de San Juan pues prestaba especial atención a las funciones hospitalarias, pero frente al resto de las hispánicas, don Rodrigo la pretendió internacional y dio el salto a Jerusalén, en cuyo Montegaudio erigió la casa madre. El año de 1187 de la Encarnación de Nuestro Señor, cuando el cruel Saladino entró en Jerusalén, el conde visionario recibió la palma del martirio. Muerto el pastor, las ovejas se dispersaron. El comendador aragonés había ofrecido su provincia al Temple, siguiendo la vocación universal de su infausto fundador, mas los castellanos habían repudiado seguir esa senda, y resistían encastillados, mientras abrían negociaciones con los calatravos.

- Mientras estéis a mis órdenes, ¡sois templario y os regiréis por su Regla! –Álvar no estaba dispuesto a concesiones. Cada uno era una retorcida complicación. Podía pasar por alto cualquier cosa, mas no la indisciplina, y eso era lo que planteaba frey Guillermo.

- ¡Jamás! –respondió retador. ¡Nunca repudiaré mi cruz, mitad roja, mitad blanca!

- ¡Acataréis mis órdenes! ¡Eso es lo único que me importa! ¡Sea lo que sienta cada uno, cartujo, montegaudista o maestre del Santo Sepulcro!

- Y ¿qué haréis? ¿nos quitaréis el hábito? ¡Ya no lo tenemos! ¿Comeremos sin servilleta? ¡No hemos hecho otra cosa desde hace años!

SOFÍA COMNENO

La entrada de Sofía Comneno le produjo el efecto balsámico y perturbador de una aparición. Era esbelta e hierática como la santa de un icono. La larga túnica, sujeta al hombro derecho por un broche de plata refulgente, con gemas engarzadas, resaltaba su efigie de princesa. En la seda violeta estaba pintado un hermoso paisaje de aguas cristalinas y prado de verde hierba, impregnada de rocío, en cuyo centro un pavo real extendía majestuosa cola de vivos colores. Simbolismo que proclamaba su fe en la inmortalidad del alma.

Escondía su negra cabellera bajo toca orlada de perlas. Los ojos de Sofía eran grandes, negros y profundos. Melancólicos cual lago de montaña. Sus facciones, suaves como amanecer benigno. Capa liviana de afeite emblanquecía su tez morena. De rojo, pintados sus tenues labios. Una gota de carmín, a juego, junto a sus lacrimales estilizaba sus párpados. Finas aletas se movían acompasadas con suave cadencia. Sus pechos eran escasos, de doncella. Su talle bajaba como pendiente suave y prolongada. Las sandalias –con finas láminas de plata- dejaban ver unos pies bien formados.

Mezcla de recato y magnificencia en su porte. Exhalaba una majestuosidad de siglos, una extraña fortaleza guarecida tras un cuerpo frágil. Perfume embriagador en copa de alabastro. Su presencia expandía el eco de un mundo lejano. La sencillez de una matrona romana adornada por las virtudes cristianas. Una de aquellas vírgenes que, en el suplicio, musitaban oraciones y palabras de perdón, hasta enamorar perdidamente al verdugo centurión, quien, contrito por su fechoría y desconsolado de amor, seguía sus pasos al agua del bautismo y a la corona del martirio.